PRESENTACIÓN
La ópera más célebre de Cilea, Adriana Lecouvreur, llega en noviembre con el estreno de una nueva coproducción de ABAO Bilbao Opera, con la espectacularidad que caracteriza al director de escena Mario Pontiggia, que presenta una impactante escenografía, clásica y tradicional, y un lujoso vestuario.
Con tintes veristas, la historia está inspirada en la vida real de la legendaria actriz Adrienne Lecouvreur, y confronta la pasión de la protagonista con los celos de la princesa de Bouillon, ambas enamoradas del joven Maurizio. Una ópera para lucimiento de las voces donde Maria Agresta aborda el personaje principal, un papel de diva por excelencia, junto a Silvia Tro Santafé y Jorge de León, que completan el trío amoroso, y Carlos Álvarez en el rol de Machonnet. Una historia de encendidas pasiones, intrigas políticas, celos y amores cruzados que terminan en tragedia.
Marco Armiliato uno de los grandes directores musicales de la actualidad, invitado por los principales teatros del mundo, se pone al frente de la Bilbao Orkestra Sinfonikoa para dirigir la intensidad dramática, la belleza melódica y la extraordinaria orquestación de esta partitura.



FICHA ARTÍSTICA
ELENCO
- Adriana Lecouvreur
- La Principessa di Bouillon
- Maurizio
- Michonet
- Mademoiselle Jouvenot
- Mademoiselle Dangeville
- Il Principe de Bouillon
- Quinault
- Poisson
- Abate di Chazeuil
- Un maggiordomo
EQUIPO ARTISTÍCO
- Director Musical
- Dirección De Escena
- Director Del Coro
- Orquesta
MULTIMEDIA
SINOPSIS

Acto I
La sala verde de la Comédie Française, a comienzos del año 1730.
Cuatro de los actores se preparan afanosamente para la doble función de la noche: la tragedia Bajazet, de Racine, y la comedia Les Follies amoureuses, de Regnard. Discuten entre ellos y dan órdenes a gritos al director de escena, Michonnet. Entra el príncipe de Bouillon, que es el anciano protector de Mlle. Duclos (la principal rival de Adriana Lecouvreur), y le sigue su servil confidente, el abate de Chazeuil. Comentan que el teatro está abarrotado para ver a las dos protagonistas, Duclos y Lecouvreur, en una misma función. Entra Adriana, ensayando uno de sus monólogos de la obra, y rechaza los exagerados cumplidos de que es objeto, declarando que ella no es más que una servidora de las artes. A continuación, hace un elogio inesperado de Michonnet, diciendo que él es su único amigo verdadero y su único consejero sincero. El príncipe pregunta por su amante, Mlle. Duclos, y Michonnet le responde que está escribiendo una nota en su camerino. El celoso príncipe envía al abate a averiguar el contenido de esa nota, valiéndose de sobornos si fuera necesario.
Por un momento, Adriana y Michonnet se quedan solos. Demasiado tímido para revelarle su amor, Michonnet le dice que ha recibido una herencia y que está pensando en casarse. Cuando ella parece aprobar la idea, él decide proponerle matrimonio, pero ella le confiesa de repente que también está enamorada del joven soldado Maurizio, al que cree (erróneamente) al servicio al servicio del conde de Saxe. La vergüenza de Michonnet se ve interrumpida por la entrada de Maurizio. Adriana le pregunta por sus posibilidades de ascenso, pero su respuesta es evasiva. No pueden seguir hablando, porque ella ha de salir al escenario. Accede a reunirse con él después de la función y le entrega un ramillete de violetas como recuerdo.
El príncipe y el abate regresan con la carta de Mlle. Duclos, obtenida tras sobornar a su criada. Resulta ser una invitación de la actriz a otro caballero, invitándole a reunirse con ella esa misma noche en la villa donde suele encontrarse con el príncipe. Este último deduce que debe de tratarse de Maurizio y supone que la cita es un encuentro romántico. Decide vengarse invitando a todo el reparto a una cena en su villa después de la representación, con el fin de que Maurizio y Mlle. Duclos puedan ser sorprendidos juntos. El príncipe y el abate se encargan de entregar la carta a Maurizio, que ahora está sentado en un palco del teatro. Michonnet vuelve y se coloca de tal manera que puede ver desde los bastidores la actuación de su amada Adriana, pero de repente recuerda una carta “de atrezo” que debe entregarle para su papel de Roxane. Maurizio entra con la nota de Duclos en la mano, maldiciendo el hecho de que la reunión para promover sus ambiciones políticas le impida encontrarse con Adriana. Maurizio ve la carta “de atrezo” en blanco sobre la mesa y tiene la brillante idea de escribir una nota para informar a Adriana de que no podrá reunirse con ella esa noche. La carta “de atrezo”, ahora con el mensaje de Maurizio garabateado en ella, es recogida por una de las actrices y se la entrega a Adriana en el escenario. La reacción de Adriana al leer la nota mientras está actuando es interpretada por Michonnet y por el público como otra muestra de su fascinante entrega como actriz. Cuando sale del escenario, visiblemente alterada, es invitada por el príncipe, junto con el resto de la compañía, a una cena a medianoche en su villa.
Acto II
Una habitación en una villa junto al río Sena.
La princesa de Bouillon espera impaciente a Maurizio, el hombre al que ama en secreto. Cuando él llega, le explica su retraso diciendo que lo han seguido al salir del teatro. Como sospecha, ella le señala el ramillete de violetas que lleva prendido en la solapa, y él, astutamente, se lo regala, mintiendo y diciendo que lo ha traído expresamente para ella. La princesa le informa entonces de que ha comenzado a ganarse a la reina para su causa, advirtiéndole al mismo tiempo de que tiene poderosos enemigos en París. Él afirma que se marchará de París, pero esto hace que ella le reprenda por no amarla. Él se niega a mencionar a Adriana y le ofrece su amistad. Ella responde que la amistad no es más que cenizas en comparación con las brasas ardientes de la pasión. La llegada del príncipe le salva de la furia celosa de la princesa, que se esconde en una habitación interior. Cuando entran el príncipe y el abate, se burlan de Maurizio por haber sido sorprendido con su amante, a la que toman por la Duclos, y se asombran cuando él reacciona con bastante violencia. El príncipe se ríe de la situación diciendo que ya estaba cansándose de la Duclos y le invita a quedarse con ella con su bendición. Llega Adriana y descubre que Maurizio es, en realidad, el conde de Saxe. Cuando se quedan solos, Adriana y Maurizio se expresan su amor mutuo. Son interrumpidos por Michonnet, que busca frenéticamente a la Duclos para hablar con ella sobre un nuevo papel que acaban de ofrecerle. Avergonzado, regresa diciendo que la mujer que está dentro no es la Duclos, sino otra mujer a la que no ha podido reconocer en la oscuridad.
Maurizio hace prometer a Adriana que impedirá que el abate descubra la identidad de la misteriosa mujer escondida, asegurándole que se trata de alguien que ha conocido por motivos políticos. Adriana le cree y, cuando los demás se marchan, apaga las velas de la habitación y se dispone a organizar la huida de la desconocida. Pero antes ambas, aunque desconocen sus identidades en la oscuridad, discuten amargamente como rivales por el amor de Maurizio. Llegan los criados con antorchas y Adriana decide arriesgarse y pedir a los portadores de las antorchas que iluminen la habitación. Cuando vuelve, la mujer ha escapado por una puerta secreta. “¡Cobarde!”, exclama frustrada. Sin embargo, en su huida precipitada, la princesa ha dejado caer al suelo su brazalete de diamantes, que más tarde recogerá Michonnet, quien se lo entregará a Adriana.
Acto III
Un salón de baile en la casa del príncipe de Bouillon.
Están llevándose a cabo los preparativos para la recepción bajo la supervisión del abate, que se dedica a regañar a los sirvientes. La princesa sigue deseosa de descubrir quién es su rival y también está angustiada porque Maurizio ha sido encarcelado por culpa de sus deudas. Ni siquiera los halagos aduladores del abate pueden distraerla. Su marido, el príncipe, pasa por allí con un pequeño recipiente que contiene un polvo blanquecino. El gobierno le ha pedido que realice un análisis químico del mismo. La princesa se interesa momentáneamente por este polvo mortal y pregunta a su marido por sus propiedades nocivas. Entre los invitados que llegan se encuentra Adriana, cuya voz reconoce la princesa como la de su rival. Ella confirma sus sospechas al anunciar que Maurizio ha sido herido en un duelo, noticia ante la cual Adriana se desmaya, aunque se recupera un momento después cuando aparece él en persona. Este se dirige inmediatamente a la princesa para agradecerle que, según cree erróneamente, haya conseguido su liberación de la prisión. El príncipe le impide decirle nada más y le pide que vuelva a contar la historia de su asalto militar a Mittau, que Maurizio recuerda con jactancia para deleite de los invitados.
A continuación se desarrolla un ballet, “El juicio de Paris”, tras el cual Adriana y la princesa entablan una agria batalla de ingenio sobre la identidad de la amante de Maurizio. La princesa hace referencia maliciosamente a un ramillete de violetas y Adriana a un brazalete perdido en la huida, que muestra ante la evidente incomodidad y vergüenza de la princesa, lo que resulta aún más irritante cuando el príncipe la mira y afirma ante todos los presentes que se trata, efectivamente, de la pulsera de su mujer. Adriana insulta aún más a su rival cuando, tras pedirle que actúe para los invitados, se lanza a recitar un monólogo de Fedra, en el que se reprocha su infidelidad y expresa el pánico que le produce el inminente reencuentro con su marido. Mientras los invitados aplauden su enérgica interpretación, la princesa jura venganza.
Acto IV
Una sala en la casa de Adriana, el 30 de marzo de 1730.
Decepcionada e infeliz, Adriana ha decidido abandonar los escenarios. Michonnet entra a visitarla y, cuando la criada le informa de que aún está durmiendo, se sienta a escribir una nota que luego entrega a la criada para que la haga llegar a Maurizio lo antes posible. Cuando entra Adriana, intenta consolarla sin éxito. Sus compañeros de la Comédie llegan con regalos –es su santo– y le ruegan que vuelva al teatro. Entonces Michonnet le entrega su regalo: el collar que ella había empeñado para pagar la libertad de Maurizio. Cuando Adriana empieza a animarse, la criada entra con otro regalo, un pequeño cofre de terciopelo con una nota en la que se lee el sencillo mensaje “De Maurizio”. Michonnet, deseando dejar a Adriana sola, acomoda a los actores en otra habitación para tomar una copa, seguro de que Maurizio llegará en cualquier momento. Cuando Adriana abre el estuche, sólo encuentra el ramo de violetas marchitas que le había regalado a su amante en el teatro esa noche. Al principio se estremece por el olor y expresa su angustia por el hecho de que Maurizio haya añadido ahora más insultos al daño. Michonnet la consuela, tratando de asegurarle que no se trata de Maurizio, sino de una rival femenina. Maurizio entra corriendo para suplicar el perdón de Adriana, explicándole que los chismes maliciosos son los culpables de su distanciamiento. Adriana se muestra recelosa al principio, pero cuando Maurizio finalmente le propone matrimonio, ella cede. Su éxtasis se ve interrumpido por espasmos de dolor, que ella atribuye al aroma de las flores que él le ha enviado. Maurizio afirma él no las ha enviado. Examina el cofre y se da cuenta de que las ha enviado la princesa, después de haber rociado las violetas con el polvo venenoso de su marido. Adriana empieza a delirar, para horror de Maurizio y Michonnet. Al darse cuenta de que está muriendo, les suplica que la salven para poder encontrar por fin la felicidad con Maurizio. Es demasiado tarde. Delirando una vez más, parece volver al escenario y declara que su espíritu está volando hacia una misteriosa luz lejana. Cae sin vida en los brazos de su amante y su único amigo fiel.
